9/11/07

Gatito Gris

Carmenza tenia las manos largas, no era ni alta ni baja y hacia poco se había teñido el pelo de un negro azul que la hacia aun menos brillante. No era ni lista ni tonta, pero había cometido la ineficacia de estudiar una carrera para gente adinerada, lo que tampoco tenía la suerte de ser.

Carmenza vivía en un pequeño apartamento en la mitad de la ciudad. Intentó tener un gato, pero este murió a los 3 días. Era demasiado pequeño, le dijeron. Se divertía moderadamente; daba pequeños paseos nocturnos y se mantenía al día de las novedades gracias a las vitrinas de los almacenes. A veces, al sonreír de cierta manera, algunos la encontraban “agraciada”.

A Carmenza le gustaba el Jazz y de vez en cuando compraba un buen disco en rebaja. Su trabajo en una librería le permitía leer los suficientes libros como para poder sostener una conversación medianamente decente; sin embargo, su mala paga jamás le acreditaba la relectura requerida para aspirar a algo más que ello. Tenía un abrigo negro bastante bonito, heredado de su madre, y unas gafas vintage que le cubrían la mitad de la cara.

Así pasaba sus días, enfundada en la pesada tela del abrigo y en el opaco cristal de sus lentes de sol. No le molestaba comer pizza todos los días en el mismo sitio, ni ver la gente pasar llena de bolsas de colores provenientes del centro comercial cercano. De noche al llegar a su casa, calentaba un té y se quitaba los zapatos, respiraba profundo y se tendía en su cama a oír a Dinah Washington, Duke Ellington, Chet Baker o Nina Simone. Mientras se quedaba dormida Carmenza se soltaba el pelo, se quitaba las gafas y dormía sin sueños toda la noche.

Era una vida segura, alejada de todo sobresalto o emoción pasajera, y ella estaba bien así. Algunas veces, cuando iba a mercar, siempre muy tarde en la noche, se cruzaba con la mirada de un chico que ocasionalmente le sonreía y ella se sentía contenta; se decía a sí misma que necesitar algo más que eso seria una completa tontería. Entonces agachaba la mirada y sonreía de vuelta, mientras apretaba más fuerte el canasto de la compra. A veces hubiese querido decir hola, pero entonces por alguna extraña conexión mental, se acordaba de su gatito.

Un viernes en la mañana, Carmenza se duchó como regularmente lo hacía. Mientras cerraba la llave del agua y trataba de alcanzar una toalla azul a rayas con la mano izquierda, Carmenza pisó un sobrante de shampoo para cabello teñido que había caído al azulejo de la ducha. En cuestión de segundos Carmenza resbaló sobre el azulejo, y en una desafortunada vuelta de trescientos sesenta grados su cabeza se golpeó contra el inodoro. Su muerte fue instantánea.

La noche anterior, mientras escuchaba a Billy Holliday, Carmenza había decidido que la próxima vez que se cruzara con el chico del mercado, le sonreiría sin agachar la mirada. Sin saberlo se había evitado un dolor. El chico, hacía ya un buen tiempo, había empezado a salir con una rubia que se sentaba a fumar en las escaleras de enfrente del mercado, y de la cual había logrado no solo una mirada, sino también un: “Disculpa? Tienes un fosforo?”

1 comentario:

insantidad dijo...

éste me gustó muchísimo, tiene muy buen tono, y el final me pareció bien ingenioso.