30/1/18

Tal vez somos personas horribles, a veces, muy por dentro. 
Tal vez nos alegramos con la desdicha ajena, 
y nos acostamos a dormir sintiendo odio y envidia, 
y deseando que alguien muera.
Puede que estemos podridos por dentro,
y que no tengamos una sola gota de bondad en nuestras cabezas, 
que todo eso de la “humanidad” sea un invento falaz para felicitarnos por algo que no nos pertenece.
Tal vez los más sinceros sean aquellos que asumen su maldad, 
su carácter ofensivo, su ser átono; 
aquellos que encuentran sus acciones desligadas de toda responsabilidad sobre el sentimiento ajeno, 
y que exponen sus ideas a gritos, sin lugar a discusiones. 
Aquellos tercos, aquellos violentos, llenos de motivos personales, individuales.
Aquellos a los que no les importa, 
que se sientan en un trono hecho de lágrimas ajenas y piedades desechas.
Y ¿qué tal si en lugar de afectos lo que nos llena es ver vidas maltrechas bajo nuestra ansia de poder, nuestra incorregible megalomanía? 
¿Y si lo que nos hace especie es esa sed eterna de destrucción, 
esa falta de conmiseración, ese arrebato colérico? 
Entonces ¿no seríamos todos un poco más nosotros si lo gritásemos, si lo admitiéramos?