18/5/08

The rejected ones

Henos aquí a los rechazados, arrastrando nuestros brazos por el piso, derrotados, llorando día y noche por el tiempo que se fue, por las guerras perdidas, por las madrugadas a solas con nosotros mismos. Aquí estamos impugnados como leprosos del olvido, marginales del cariño.
Nuestras caras son de arena, nuestras manos son de arena y el alma se nos mueve como sombra, de pared a pared, en busca de una luz que por fin la desvanezca.
Somos varios y nos reconocemos, aun así nos falta el valor para agruparnos. Observamos a los que pertenecen desde oscuros recintos y nos burlamos de ellos con odios amargos y rencores viejos.

Aquí estamos los rechazados, los no convidados, los jamás aceptados, y nuestras invitaciones nos queman como ráfagas calientes, y nuestras memorias nos condenan mientras los oídos nos repiten el constante tintineo de las negativas recibidas, de las arduas jornadas en silencio, de las largas temporadas tratando de olvidar los recuerdos propios.

Los rechazados: aquí somos, aquí estamos.

6/5/08

43

La madrugada de mi cumpleaños numero 43 abrí la puerta de la casa y mis demonios estaban allí de nuevo. Los encontré sentados frente a la chimenea apagada, tomando whisky.
Como eran viejos conocidos los salude a todos por sus nombres: “Señores, ¿como están?” les dije, y ellos me respondieron en coro. Empezamos la conversación como si nos fuésemos ajenos, porque habíamos pasado mucho tiempo alejados, pero con el paso de la noche nos fuimos reconociendo de nuevo y entonces volvimos a los viejos chistes, a las antiguas bromas.

Saqué los cigarrillos del bolsillo y nos los fuimos acabando mientras todos me hablaban de sus vidas. Sobre la mía no hubo necesidad de conversar, ellos ya lo sabían todo en detalle.
De vez en cuando había silencios y entonces yo jugaba a adivinar que viejos pecados los atormentaban, mientras sentía sus miradas frías todas sobre mí, sus manos ansiosas intentando sostener el vaso helado, hasta que alguno tosía y entonces retomábamos el hilo. No quisimos hablar del pasado, ¿para que? Ya sabíamos que habíamos sido buenos compañeros en otros tiempos, sabíamos que nunca nos habíamos faltado, que nunca nos habíamos abandonado. No había punto en desenterrar viejos cadáveres, antiguos resentimientos; así las cosas estaban bien. Ellos ahí y yo con ellos, como nunca debió haber dejado de ser.

Después de un rato, cuando los zapatos nos empezaron a fastidiar y varios ya se habían desabrochado las mancuernas de las camisas, me dio por decirles que me iba a dormir, pero que quedaban en su casa, que nada mas se fijaran en que no se fuera a salir el gato. Entonces me levante de la silla con la borrachera viva y el vaso todavía lleno, me acosté con la ropa puesta sobre la cama tendida y me fui dejando ir hasta que me dormí con el arrullo de sus voces espesas.

Me levantó una sed transatlántica como a eso de las dos de la tarde, fui a servirme agua para poder volver a acostarme un rato más: era domingo, llovía y no había ninguna razón para salirse de la cama. Llegando a la cocina me sorprendió una sensación extrañamente familiar: Ya no tenía miedo, ya no estaba solo, ellos estaban ahí conmigo. Habían venido para quedarse.