Y es que no puede haber solo esto: La ansiedad que produce el conocimiento, el peligro que plantea la ingenuidad. Es que no podemos ser únicamente miradas agudas, productos de lo que hemos visto, resultados de lo que hemos leído, la suma de un montón de referentes, de angustiosas citas bibliográficas. Y no es que me rehúse, yo también vivo inmerso en ello; soy de los que no dice su nombre sin antes hablar de lo que hace. Pero de repente lo que hago, toda esa suma de habilidades y destrezas, todas esas conexiones neuronales parecen insuficientes.
No me malinterpreten, lo que escribo no es el resultado una preocupación por el hombre, no es una profunda búsqueda espiritual, esto es egoísmo puro. Mi cara es la de un niño, mis manos son las de un niño y a esta edad solo se piensa en uno mismo. Voy al mismo bar todas las noches, empezando por los martes; es un lugarcito que tiene las paredes rojas y unos cuantos habituales. Siempre son los mismos personajes y por ello las conversaciones se convierten en círculos viciosos, ruedas que giran eternamente dejándose acunar por músicas tristes. Todos sufren por los mismos amores de hace un par de años y todos tienen la cara amarga de tanto trago caro. Yo me he convertido en uno de ellos, lo que me hace especialmente miserable. Antepongo el especialmente solo por que estoy hablando de mi mismo, pero sobretodo por que soy increíblemente vanidoso.
Si alguno de nosotros hubiese sabido desde el principio que nuestros padres nos iban a criar para ser unos completos ineptos, tal vez hubiese habido remedio para toda esta maraña de saberes empalagosos. Supongo que es demasiado tarde para eso, ya estamos viejos y lo único que nos queda son los pequeños bares de paredes rojas. Todo este hastío me revuelve el estomago, escupo palabras por que ya no queda saliva en mi boca para despreciar al mundo. No me pidan monedas en la calle, por que probablemente terminare por enseñarles a tildar palabras en desuso o a interpretar poesía francesa, otra de esas tantas cosas inútiles con las que tenemos que cargar.
La poesía esta mandada a recoger, ahora hay rockstars y guitarras eléctricas que consiguen los mismos resultados, conmueven de las mismas maneras y además hacen dinero con ello, consiguen fama revolcando sentimientos y la obtienen al instante, sin tener que esperar la muerte para ello. Por eso yo estoy en desuso, por eso yo también tengo la cara larga y el bolsillo vacio y tal vez sea por eso que mis ansias de éxito murieron hace ya muchos años; probablemente yo mismo las maté, tal vez en un momento de lucidez las tiré en el lavabo y encendí un cerillo para tener la certeza de no volver a verlas nunca mas.
Toda esa masa de gente que me cruzo por la calle, toda esa masa de libros leídos y por leer, de películas extranjeras por conocer, toda esas mentes ansiosas por demostrar cuan brillantes son. ¡Cuanto las desprecio! ¡Cuanto me asquean! Pero aun así me encuentro enamorado de la mía, total y profundamente enamorado y eso no es culpa de nadie, ni siquiera de mi mismo. Le he perdido el gusto a todo y escribo solo para quejarme, por que ni en el piso, ni en las paredes caben mas quejas, entonces me quejo del mundo en el papel: Material miserable, escupidero, posadero de nalgas, asqueroso pantano lleno de desechos.
Cuídense del papel por que es traicionero. El muy descarado siempre se torna contra uno, regresa para tomar venganza, se devuelve desde el más allá para gritarnos en la cara, para vomitarnos en la cara toneladas de letras que nosotros mismos pusimos allí: “Eres malo” nos dice sin sobresaltos, sin pasión, sin emoción alguna: “Eres malo” y nosotros temblamos bajo su sombra. Al papel lo tomamos blanco, inmaculado y empezamos a profanar su sacratísimo cuerpo con puntos y comas, hasta que arrebatados de tanta monocromía terminamos por creer que eso que acabamos de parir sobre ese trozo de nada es realmente bueno, ¡pero no lo es! ¡Nunca lo es! Maldito sea el papel y maldita sea la poesía, maldito sea yo por escribir en lugar de pintar o hacer música, ¡Maldito sea yo por no saber dibujar ni un conejo sobre la nieve! Malditas sean todas esas mentes que aun no han nacido y en las que retumbaran mis palabras, las mismas que seguramente nunca oirán, de las que posiblemente nunca sepan absolutamente nada.
El día en que me muera quiero que me entierren en la terraza del bar, quiero que me lloren aquellos que no conocí, quiero que lloren sobre el cadáver de alguien que nunca los quizo, que los desprecio infinitamente, que lloren por que mi molesta presencia no los deja saborear sus tragos, que se desesperen por que mi hedor no les permite cantar sus canciones o terminar de alabarse unos a otros. Y no es por que sienta la necesidad de ser despreciado, no, yo también soy un hipócrita, yo también saludo cuando llego y me despido cuando me voy, yo también dejo pasar a las niñas primero en la fila para el baño, esperando poder llevarme a una de ellas a la cama e invento mil hazañas acerca de mi vida para que mis logros las deslumbren. Yo también soy un despojo de la mente humana, de su inmenso e increíble desarrollo, yo también rezo por la salvación de los genios y lloro cuando desaparece mi programa favorito de TV.
Todo esto que escribo es solo para mí, ¡jamás lo publicaría! Todo esto es únicamente lo que pienso cuando me aburro de oír música. Son mis voces calladas las que me dictan esto, no soy yo realmente quien lo piensa, no soy yo quien lo escribe. Yo que llevé a mi novia de la mano y la espere mientras se arreglaba para salir, yo que llamo a mi mama para su cumpleaños, yo que nunca he dormido con mas de una mujer a la vez, yo que tomo latte helado en el café que apoya a los campesinos de mi país, yo que veo repeticiones de sit comedies gringas gracias a mi programador de cable local, yo que recibo correos electrónicos de mis amigos de toda la vida. Yo no soy quien piensa esto, yo que vivo feliz con mi vida, yo que soy toda una persona de bien.